Hacienda San Antonio, Nebaj |
¿Sabéis esa extraña
sensación de que os duelen partes del cuerpo de las que no teníais constancia
hasta el momento?
Pues así estamos en Huehuetenango, ya que al fin decidimos sacarle
partido a las canchas de tenis del estadio de al lado de la Chacra y nos
dirigimos a pelotear un rato después de muchos años sin agarrar una raqueta. En
un intento del entrenador de satisfacer tanto nuestros intereses como los de
las niñas que tenían clase justo al mismo tiempo que nuestra reserva,
calentamos un rato haciendo la típica rueda de 4 o 5 golpes cada una y ya en
ese momento nos dimos cuenta de que no somos lo que éramos, y que nuestros años
como futuras sucesoras de las gemelas Williams habían llegado a su fin. Al
final logramos que el entrenador cumpliera su promesa y nos dejara la pista que
teníamos reservadas, y comenzó el duelo de titanes. Bastante nos costó durar
más de 5 golpes seguidos sin que la pelota acabara en la red o casi en la
carretera, pero al final conseguimos casi acabar un set, quedando en un ajustado 5-4 a mi favor (Juls, soy consciente
que tarde o temprano llegará la revancha).
Al día siguiente la
dificultad de mover los brazos y las piernas empezó a revelarse nada más intentar
salir de la cama, y un leve dolor en los abdominales apuntaba que hacía mucho
que nuestro cuerpo no se movía lo suficiente (el Tajumulco quedaba demasiado
atrás). Pero dicen que el mejor remedio para las agujetas es más ejercicio y, ¿qué
mejor ejercicio que una – mini – maratón?. El tribunal de Femicidio cumplía un
año, por lo que decidieron organizar una maratón en contra de la violencia
contra la mujer, maratón a la cual no dudamos ni un segundo en apuntarnos, del
mismo modo que Coral no dudó ni un segundo en fiarse de nuestra buena fe y aceptó
sin problema alguno acudir a tal evento deportivo vestida en corte y güipil (ropas
típicas mayas, imaginaos el panorama). Tuvo suerte de que sus compañeros le
dijeran la verdad momentos antes de salir de casa, nosotras no íbamos a ser tan
benévolas. Quizás el arrepentimiento empezó cuando al llegar a la línea de
salida lo primero que nos encontramos fue un grupo de 50 jóvenes uniformados
con una camiseta rotulada con la palabra “Academia” a la espalda, con unos
gemelos que triplicaban los nuestros, con el pelo cortado de la misma forma
como si de un grupo de cabezas rapadas se tratara y con gritos de guerra propios
(aunque, según mi humilde opinión, bastante mejorables). La loca academia de
policía iba a ser nuestro principal contrincante en la carrera, pero sus pintas
no tenían nada que ver con la de las películas, ya nos hubiera gustado. Pero
eso no era todo, sino que detrás de toda esa multitud se encontraban varias
personas más, bastante más esmirriadas pero con ropas que indicaban que eran
profesionales del atletismo. La que se nos venía encima. Para intentar
disimular nuestra ineptitud nos pusimos a imitar al resto de participantes y
empezamos a hacer todos los estiramientos que se nos ocurrieron en el momento:
brazos arriba, abajo, piernas arriba, piernas abajo. Ahí creo que ganamos un
poco de credibilidad, o por lo menos eso espero.
Empieza la carrera.
La teoría decía que los primeros kilómetros tenían que ser todos juntos y
despacito, pero nuestros contrincantes hicieron caso omiso a las instrucciones
dadas por los organizadores y empezaron dándolo todo desde el minuto 1. Manu,
Kedila y yo intentamos seguir el ritmo de los demás y nos adelantamos, dejando
atrás a Julia, Coral y Rosina, que ya advirtieron que no dudarían en irse a
tomar un café si la cosa se complicaba. Pero no pasó mucho rato cuando Manu y
yo nos dimos cuenta de que iba a ser imposible seguirle el ritmo a la
incansable Kedila, por lo que optamos por disminuir un poco la marcha y
alejarnos un poco del pelotón. Pero los casi 2.000m de altura de Huehue y la
falta de entrenamiento hicieron que, a pesar de los esfuerzos de varios
policías por animarme a seguir, tuviera que rendirme 1km antes de la meta. ¿Dónde
fueron a parar todas las vueltas de atletismo durante las épocas de pretemporadas?
Qué facilidad tiene mi cuerpo para olvidar todo eso, igual es una de las
consecuencias de pertenecer al ya mencionado club de los petaos, no se puede tener todo en esta vida. Mi
sorpresa fue cuando al llegar andando me encontré a una relajada Julia sin una
gota de sudor en la frente. ¡Había sido la primera en llegar a la meta! El DIR
había dado sus frutos, pensé. Pero su explicación del transcurso de la carrera
no decía lo mismo. Resulta que a los 500m de la salida sus compañeras de cola
Coral y Rosina decidieron que ya tenían suficiente, por lo que se pararon
dejando a Julia a su suerte en medio de la gran metrópoli. El tráfico ya no
paraba por ella, y el pelotón ya llevaba demasiada ventaja, por lo que no es
raro que Juls se perdiera en medio del caos huehueteco y decidiera dirigirse
directamente a la meta por la vía rápida. Ahí estábamos las dos, con toda
nuestra confianza puesta en Kedila y Manu. El pisito del amor 2.0 va a tener
que ponerse las pilas este año (Patt, toma nota). A los pocos minutos llegó un
Manu que a penas podía con su alma, pero que realmente fue el único de nosotros
en terminar la carrera, aunque fuera en las últimas posiciones (qué grande
eres, Manué). En fin, resumiendo: la delegación española en Huehuetenango no va
a pasar a la historia por su resistencia física, de eso no cabe ninguna duda. Y
bueno, ahí va el segundo motivo de nuestras agujetas, que obviamente las
acentuó notablemente, aunque no sería lo último de la semana.
Llegó el viernes,
por lo que nada más salir de la DEMI agarramos un microbús rumbo a Quiché,
donde nos esperaban Tats, Pepe y una adorable familia a la que no fue difícil
coger cariño en apenas una tarde. Y es que la familia Gómez Morales nos acogió
de una manera increíble, y nos invitó a pasar las fiestas con ellos al más puro
estilo chapín. Mercedes y las niñas no tardaron en ofrecernos la posibilidad de
ir vestidas a la feria con el traje típico que la propia Mercedes cosía a mano
día tras día. No podíamos negarnos ante tal invitación, por lo que nos dejamos
llevar y a los pocos minutos nos encontrábamos debajo de una vestimenta de lo
más peculiar. Con una falda hasta casi los tobillos y una camisa con toda clase
de brillos y tonos de diferentes colores, empezó la sesión fotográfica con los
diferentes miembros de la familia (que no eran pocos precisamente). La verdad
es que era increíble la felicidad que se respiraba en esa casa llena de gente,
y no pude evitar sentir morriña y pensar en toda la tropa de Garcías que estaban en ese mismo momento
reunidos en la otra parte del mundo, seguramente desprendiendo la misma
felicidad por estar todos juntos un verano más. Pero bueno, se hacía tarde y
llegaba el momento de partir hacia la feria. La repentina lluvia nos obligó a
quitarnos los trajes típicos que con tanta ilusión nos habíamos puesto y volver
a ponerse tejanos y sudadera, mucho más apropiados para las callejuelas llenas
de lodo (que no barro) que formaban la feria de Santa Cruz. La noche
transcurrió entre futbolines y coches de choque como en nuestros tiempos mozos
en las festes de poble. Si es que
Quiché, al final resultó ser bastante “calidad”.
Parece que una de
las características de los fines de semana esadinos es que se duerme poco, por
lo que éste no podía ser menos. Con tan sólo 4 horas de sueño a nuestras
espaldas, y aunque Víctor y Robert aún sigan sin creérselo, a las 5 y pico am
sonaba el primer despertador. Hora de levantarse. Por supuesto, otro microbús
nos esperaba. Y así, Tats, Pepe, Julia y yo empezamos nuestro camino hasta
Nebaj. Lo que en principio tenía que durar unos 45 minutos / 1 hora se
convirtió en más de dos horas de curvas y baches. La imposibilidad de decir la
verdad característica de los guatemaltecos nos pasó factura a todos,
especialmente a los de Chiquimula y a Josep, a los que no les quedó otra que
ponerse a tirar piedras a una botella en El Entronque / encontres / encuentros
durante más de nuestra hora y pico de retraso. La desesperación acabó con la
paciencia de Robert, cuyas llamadas eran más temidas que el monstruo de las
galletas o que el hombre del saco, y cuya mente fantaseaba imaginando nuestra
llegada mucho antes de lo que tocaba. Tras nuestro no buscado retraso, temíamos
el momento del reencuentro, pero nuestros compañeros demostraron ser unos
anfitriones impecables y no tardaron en sacar la prometida tortilla de patata
que ya dábamos por perdida. Tengo que confesar que los trozos de cebolla que
saltaban a la vista no fueron impedimento alguno para que devorara un buen
pedazo y de que incluso repitiera (mami, no vas a reconocerme a la vuelta).
El bueno de Josep
nos llevó a Nebaj, donde observamos cómo un caradura con más labia que Obama le
vendía la moto a un grupo de personas que escuchaba atentamente cómo se debía
beber el líquido del ojo de una vaca para sanar sus ojos (como sabréis, hombres
y mujeres hay muchos en este mundo, igual que carros y animales… pero ojos, de
ésos sólo tenemos dos, y hay que cuidarlos).
Después de semejante espectáculo, siguiendo los consejos de Rosa, nos
fuimos a la Hacienda San Antonio, un lugar de lo más recomendable en medio de unas
montañas que podrían ser perfectamente los Alpes suizos, donde la calma y la
tranquilidad eran las principales protagonistas. Los paisajes de éste país no
dejan de sorprendernos. Después de una comida que supo a gloria en pleno
paraíso, después de una sobremesa donde la confianza rozaba niveles extremos, y siguiendo con el ritmo del resto de la semana, nos aventuramos a una
excursión a caballo que propició la aparición de agujetas en lugares del cuerpo
en los que aún no se habían manifestado. Los pobres de Chiquimula tuvieron que
quedarse en tierra ante la falta de animales, pero ello no impidió que
protagonizaran una imagen a lo BrokeBack
Mountain, que ya han anunciado que enseñarán a sus patojos adoptados en
unos años.
Llegó la noche, por
lo que Josep, Víctor, Robert y Estuardo nos tuvieron que abandonar para
dirigirse al nuevo destino de los chicos, por lo que nos apresuramos a sacar
las cartas recién compradas y a comenzar la primera de varias partidas de
Chinchón de la noche. Ya Lola nos había advertido a Juls y a mí de nuestra necesidad
de controlar los vicios, cuánto saben éstos mayas. Dos partidas fueron
suficientes para que nos rindiéramos ante una Julia que no paraba de meterse en
el bolsillo los quetzales que salían uno tras otro de nuestras carteras y, tras
ellas, llegó la hora de dormir.
Al día siguiente,
vuelta a nuestros respectivos hogares. La verdad es que esta vez no vamos a
tener tiempo de echar de menos a nuestros queridos compañeros de viaje, ya que
este miércoles la familia Tommy se vuelve a juntar para emprender un viaje más
largo de lo habitual por dos de los puntos más importantes de la geografía
guatemalteca: ¡Tikal y Semuc Champey nos esperan!
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