Guatemala
es un país de grandes contrastes, y nuestros fines de semana no podrían ser
menos. Esta vez decidimos dejar las chanclas y los bañadores para
llenar la mochila con botas de montaña y polares Quechua (aunque, al parecer, no los
suficientes).
Pero
no iré tan rápido, ya que el transcurso de esta última semana entre
Cuchumatanes también es digno de mención. ¿Quién dijo que Huehue era aburrido?
Aprovechando que el martes era fiesta, el plan del lunes de “ir a tomar algo,
cenar y seguir tomando” resultó realmente apetecible (en realidad, quedó en
tomar y seguir tomando) y no costó demasiado que Coral, Juls y yo nos
volviéramos fans incondicionales del Tamarindo (en adelante, “Ta-mu-rico”).
Así, entre risas, nachos y bebidas locales, los amores chapines y las
expresiones guatemaltecas ocuparon buena parte de nuestra noche huehueteca. Pero
la guinda del pastel fue despertarse al día siguiente con una oferta de
tortilla de patata para comer por el módico precio de una visita a Ixmucané. No
podíamos negarnos, sonaba demasiado bien. La verdad es que estos chicos de Reus
se lo montan muy bien, y nos deleitaron con un manjar typical Spanish, con revuelto de patata y huevo incluido (sí, la
tortilla de patata tendrá que esperar). El resto de la tarde transcurrió entre
norias de los años 70, algún mareo que otro (mamá, esta vez no fui yo), mazorcas
de maíz y todo tipo de comidas típicas. La feria había llegado, y ahí estábamos
nosotros para ver cómo se viven las fiestas aquí.
Feria de Huehuetenango |
La
vuelta al trabajo el miércoles fue un poco dura después de esta especie de finde largo, pero por suerte el jueves
volvíamos a lanzarnos a la carretera, con una mochila bien cargada y muchas
experiencias que vivir. Primer destino: Ciudad de Guatemala. La capital resultó
ser el lugar de reencuentro con el resto de recién graduados juristas esadinos,
y el motivo de tan esperado reencuentro no puede ser más particular. Y es que
la DEMI cumplía 14 años, por lo que ahí nos fuimos todos desde nuestros
respectivos destinos para celebrarlo al puro estilo maya. Bajo un sol que a
algunos les pasó factura nos disponíamos a asistir a un ritual maya con todos
los integrantes de la Defensoría de la Mujer Indígena. Me gustaría omitir el
dato de mi participación en el acto, pero sé que a todos les gusta recordar el
momento “Paloma a la bbq”. Desde aquí
agradecemos a la DEMI darnos la oportunidad de asistir a un acto tan importante, y ya tenemos una historia más que contar a nuestros hijos. Una vez acabado el
acto, y sin ser del todo conscientes de la ciudad en la que nos encontrábamos, nos
abalanzamos como si no hubiera mañana a una palangana rumbo a la
sede central (no preocuparse, nos cubríamos las espaldas los unos a los otros
como auténticos compañeros). ¡Cómo nos gusta esto de la palangana!
Tajumulco |
Y
bueno… con el fin de semana llegó lo que el bueno de Víctor llevaba organizando
toda la semana: ¡el punto más alto de América Central nos esperaba! Seguro que
nadie daba un duro por nosotros, pero es que, modestia a parte, somos una
familia de auténticos campeones. Tras una noche en Xela cantándole el
cumpleaños feliz a Robert, a las 6 am del sábado sonaban los primeros
despertadores, y de las diferentes habitaciones de Los Chocoyos empezaba a
salir gente con pintas dignas de enmarcar y enviar a todos los procesos de
selección habidos y por haber. Eso sí, todos con ganas de darle gas al
Tajumulco (vaya panda de motivados estamos hechos). Pero nuestro estado de
motivación rozó la desolación al llegar al punto de encuentro y descubrir que
el grupo de gringos que nos acompañaba
iba altamente más preparado que nosotros, y que, además de los 4 litros de agua
por persona, había una buena montaña de sacos de dormir y de esterillas que
cargar a las espaldas (o, en su defecto y echándole un poco de cara al asunto,
en el bueno del burro/caballo que nos acompañaba). En serio, ¿dónde creíamos que íbamos?A los pocos minutos de
empezar a caminar empezaron las primeras apuestas: ¿de qué boca saldría el primer
“quién me mandaría a mí”?. La cosa estaba entre los fumadores - Gabi (en
adelante, a petición de Alcón, La
navajas) y Pepe - que nos sorprendieron a todos ocupando siempre las
primeras posiciones de llegada (qué tíos, creo que vamos a empezar a fumar
todos). El primer día de ascenso puede resumirse en 3 fases bien diferenciadas
(no, no son la euforia, la desolación y la solidaridad): al principio los
3.000m de altitud fueron nuestro mayor problema y preocupación, pero a medida
que nuestros pulmones y nuestro demacrado organismo (para posibles extractores
de órganos, recalco lo de demacrado) se iba acostumbrando, las piernas
empezaban a fallar. Y una vez todo empezaba a estar en orden, el frío, la
lluvia (Raindrops keep falling on my head,) y nuestra poca preparación nos jugaron una mala pasada y las diferentes
partes de nuestro cuerpo empezaron a dejar de responder como deberían. El
campamento base parecía no llegar nunca, y el miedo a quedar atrapados en una peligrosa
tormenta acechaba cada vez con más fuerza en nuestras cabezas. Pobres de
nosotros. La niebla hacía que cada paso fuera una auténtica ruleta rusa, y
nuestra preocupación por intentar no perder de vista al de delante cada vez era
más intensa y desesperante. ¿Sobreviviríamos a semejante aventura? Vale sí, quizás
esté exagerando un poco (o quizás algo más que un poco), pero el caso es que sobrevivimos a la primera lluvia,
y pudimos montar el campamento en la zona prevista. Tras la mítica partida nocturna de asesino y varios ataques muy gratuitos por algunos de los que se hacen llamar compañeros,
llegó la hora y, cual Lunnis, nos
fuimos todos a dormir. La cima del Tajumulco nos esperaba.
Ojalá
todo hubiera sido así de fácil, pero no. Tras varios intentos fallidos de
conciliar el sueño, nos dimos cuenta que no somos tan aventureros como creíamos
y de que la esterilla, la tienda de campaña, la lona, los ladridos de Taju (nuestra mascota de fin de semana) y el frío polar no era lo
nuestro. Menos mal que Víctor, que me pareció entender que había estado de
intercambio en Nueva Zelanda, estaba ahí para ofrecer jerséis a quien los
necesitara, puesto que el calor humano de las pequeñas tiendas de campaña resultó no ser suficiente.
4
am: Eduardo empieza a gritar que es hora de despertarse. Objetivo:
un amanecer en lo más alto. El frío del día anterior no era nada en comparación
con lo que se nos venía encima. Más de uno, siguiendo los sabios consejos de La Navajas, y a falta de guantes de 15
quetzales, optaron por crear sus propias manoplas usando los calcetines más
gordos que quedaban entre sus pertenencias. Apuntad, guionistas de “El último
superviviente”. Pero, como siempre, todo esfuerzo tiene su recompensa, y los
primeros en llegar a la cima pudimos gozar de unas vistas realmente
privilegiadas: a un lado Chiapas (México), al otro el volcán Tacaná, y todo
centro américa a nuestros pies. Éramos los reyes del mundo.
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