viernes, 30 de agosto de 2013

La última gran aventura

A tres días de abandonar territorio chapín, podría decirse que, por el momento, se acabaron nuestras aventuras. Ayer regresamos a Huehue tras una buena semana de paseos y picos pardos, la bolsa cargada de ropa sucia y de alegres anécdotas que seguro que recordaremos toda la vida. Y, por si algún día se nos olvidan, procedo a continuación a recopilar algunas de las más memorables. Lectores, pónganse cómodos.

Martes 20 de agosto de 2013MasterChef a la luz de las velas. Tortillas de patata, en el último cuatri, hemos hecho unas cuantas. Ahora bien, lo de que entre vuelta y vuelta se vaya la luz, quedando la cocina sumida en la más negra oscuridad, es novedad. Nos encontrábamos Palo y yo a los fogones de La Chacra el martes por la noche, preparando un par de tortillas españolas para la refa que habíamos prometido a nuestras compañeras de trabajo al día siguiente, cuando de pronto se produjo el imprevisto. En fin, ¡preocupadas! Alumbrada por una mísera vela y la linterna del iPhone que Palo apuntaba hacia la sartén, pude darle la vuelta a la segunda de nuestras tortillas sin armar demasiado estropicio. Cocinar a oscuras: check.

Miércoles 21 de agosto de 2013Cocina fusión: tortillas y tamales. Lola se despedía de la DEMI tras siete años al pie del cañón, así que la ocasión merecía celebración: entre sus tamales y nuestras tortillas de patata, montamos una buena refa a base de comida típica guatemalteca y típica española a la par. La verdad es que la despedida fue de lo más entrañable, y no faltaron las palabras emotivas y las risas provocadas por las inevitables meteduras de pata lingüísticas de Palo (nunca habléis a un guatemalteco sobre pijos y pijas, acá eso tiene un significado muy distinto). Por supuesto, tampoco pudo faltar la típica conversación de repaso a los últimos atracos y violentos homicidios de la temporada. Una sobremesa chapina muy normal y muy corriente. Y, con el estómago ya lleno, pusimos rumbo a Guate City. La aventura estaba a punto de comenzar.

Jueves 22 de agosto de 2013In the jungle, the mighty jungle. Reunida ya toda la familia en el aeropuerto de Guate, entre un asfixiante tufillo a Relec, nos embarcamos rumbo a Flores en el que anunciaron como “vuelo negro”. Los más supersticiosos no pudieron evitar desconfiar de una avioneta con semejante nombre, y bromeaban anticipando trágicos titulares de periódico. Al final, el vuelto hasta el International Mayan World Airport (Tats se parte) resultó no ser tan negro, y muchos lo hemos acabado calificando como el mejor vuelo de nuestras vidas. Y todo ello porque nos ofrecieron un desayuno que incluía Tortrix. Somos gente sencilla. Menos de una hora después (tiempo suficiente para que Robert realizara un completo estudio sociológico sobre un tipo japonés que dormía entre nosotros), aterrizábamos al calor sofocante de El Petén. Tikal nos esperaba.

Templo II, Tikal
Siempre al borde del soponcio (lo del calor sofocante se queda corto), recorrimos durante todo el día el espectacular yacimiento arqueológico de Tikal. Las miles y miles de ruinas mayas son verdaderamente impresionantes, pero sólo el enclave del parque ya hace que la visita merezca la pena. Y es que Tikal se encuentra en medio de una inmensa selva repleta de hormigas gigantes, ciempiés naranjas y monos araña. Por suerte, a los jaguares sólo pudimos escucharles desayunar desde lo lejos (aunque, de habérnoslos encontrado, el procedimiento a seguir ya nos había quedado claro gracias a Víctor: dejar que algún ingenuo corra y el resto del grupo se salve). Como no podía ser de otra forma, también subimos muchas escaleras para conquistar la cima del templo más alto (Aleix apreció muy correctamente que en todas nuestras actividades siempre hay escaleras implicadas, y éstas no iban a ser las últimas).

Exhaustos después de tanto jugar a ser exploradores intrépidos, de camino a Flores, caímos todos rendidos. Bueno, no todos; Palo y Víctor, los típicos pesados de carretera, no cerraron el pico ni un minuto en todo el trayecto, impidiéndome disfrutar de mi siesta con tanta chapa y ofendiendo a un Robert totalmente alucinado porque su compañero no había hablado tanto con él en estos dos meses. En Flores, cenamos tomate con pizza (sí, y no viceversa) al son de unos mariachis lamentables, a quienes Víctor convenció para que cantaran “Las Mañanitas” a Tats, aunque no era su cumpleaños, por el módico precio de dos quetzales (el mariachi le pedía veinte, a lo que Víctor respondió: “ni pa’ ti, ni pa’ mí, le doy dos”).

Finalmente, después de apurar esas deliciosas pizzas bañadas en salsa de tomate, dio comienzo el espectáculo del circo de pulgas. Ante el avistamiento de unos diminutos seres saltarines que corrían por nuestras camas, Palo dio la voz de alarma. Ante la duda, hizo venir, en calidad de experta en la materia, a una Patri ya en pijama que confirmó que, efectivamente, se trataba de dicho insecto inmundo. Entonces, Palo decidió que ya era hora de estrenar su mosquitera de Decathlon, mientras Robert y Víctor, entre carcajadas, nos informaban de otro terrible avistamiento: lo que les pareció una cucaracha de dimensiones desproporcionadas acababa de hacer acto de presencia en nuestra habitación, desapareciendo tras el armario rápidamente. Esto ya fue demasiado para mí, que agarré mi bolsa, manifesté que yo me iba de ahí y procedí a salir de la habitación y a subirme a una silla del pasillo por si las moscas. Después, mientras los chicos montaban guardia delante de nuestra puerta, fueron llegando uno a uno otros de nuestros compañeros que, fascinados por el circo de pulgas, venían a admirarlas. No pegué ojo en toda la noche.

Viernes 23 de agosto de 2013Living young, wild and free. Casi ocho horas de carretera y un descenso en picop por los parajes más remotos después, aparecimos en El Muro (Lanquín), un alocado hotelito regentado por dos aún más alocados personajes, Max y El Pelón, que procedieron rápidamente a abrirnos una cuenta en el bar a cada uno. Así empezaron a deslizarse las botellas de cerveza por la barra (para Gabi, los chupitos de tequila), y eso que aún no eran ni las cinco de la tarde. Cuatro representantes de cuatro departamentos distintos –Víctor, Pepe, Gabi y yo misma (curiosamente, todos nosotros pertenecientes al Club de los Petaos)- fuimos embaucados para una excursión de tubing por el río que ofrecía free beer. Cómo rechazarlo. Así, lata de cerveza en mano, nos lanzamos al río, introduciendo nuestras posaderas en los flotadores. La excursión fue de lo más divertida: evitamos rocas que emergían del agua y ramas que colgaban hasta la superficie aquí y allá; aguantamos el tipo, colocándonos las cervezas entre las piernas, en los tramos de rápidos; y, por sugerencia de Gabi, nos azotamos una nalga al final del recorrido para comprobar que el agua helada efectivamente había dado su resultado reafirmante. La vuelta en picop la hicimos con lo puesto y nada más –es decir, en biquini y bañador-, lo que inspiró a una Gabi desatada para escenificarnos, agarrada a la barra central de la palangana, cómo debía ser un videoclip de Daddy Yankee como Dios manda (tanto yate, tanto yate…).

Recogimos a nuestros compañeros en El Muro y nos introdujimos en las grutas de Lanquín. Non-stop. La experiencia no fue del agrado de todos: como anochecía, miles y miles de murciélagos pasaban sobrevolando nuestras cabezas, casi rozándonos, hacia la salida de la gruta, mientras los colgaos de los guías, con sus risas malévolas, trataban de atemorizar al personal. Así nacieron las “enojadas”. A mí, personalmente, me encantó la experiencia; no he visto nunca nada igual. Pero las aventuras en el interior de oscuras grutas sólo habían hecho que empezar.

Regresamos a El Muro en picop pasados por agua; apelotonados bajo la lona, parecíamos esclavos romanos de camino a ser vendidos. Entonces, cuentas abiertas, se desató el jolgorio en la terraza del hotel. Max no daba abasto para servirnos incontables cubalibres y, al mismo tiempo, apurar sus chupitos de tequila. Más tarde, se organizó un juego cervecero sobre la mesa de quezaltpong que a muchos nos devolvió a nuestras andadas en los tiempos de college norteamericano. Las litronas de Gallo se vaciaban a un ritmo frenético. La noche transcurrió entre importantes estudios sociológicos y muchos chupitos de tequila a cuenta de Pepe. En algún momento, un coco perteneciente a un huésped israelí apareció en nuestras manos; unos minutos después, quedó totalmente reventado contra el suelo (la atribución de la responsabilidad por semejante barbaridad se debate entre Gabi y Robert; testigos, por favor, pónganse en contacto con nosotros asap). Antes de dormir, se desplegó en nuestra habitación, para variar, una compleja operación coordinada para acabar con una temible cucaracha. Después de una lucha encarnizada, fue Gabi quien le dio muerte a zapatazos con ensañamiento. Esa noche sí que pude pegar ojo.

Sábado 24 de agosto de 2013Isla de Muerta y otros remotos parajes. Cargamos la resaca sobre la picop y pusimos rumbo al paradisíaco Semuc Champey. Nada como un buen zarandeo en la palangana para borrar los efectos del tequila a cuenta de Pepe. Sin embargo, antes del relax de las pozas naturales, fuimos sometidos a una buena dosis de adrenalina gruta adentro. Esta vez, no había ni una bombilla de luz eléctrica que iluminara esa laberíntica gruta sin fin, así que no nos quedó otra que adentrarnos en su oscura profundidad “candela” en mano. ¿Recordáis Isla de Muerta de Piratas del Caribe I? Nuestra gruta no era muy distinta, salvo porque en ella no había tesoro alguno, sólo agua, roca y oscuridad. Tuvimos que nadar, alzando un brazo sobre la superficie del agua para mantener encendidas las candelas y sujetándonos con el otro a las paredes de piedra; subimos y bajamos por rudimentarias escaleras amarradas con cabos a las rocas; atravesamos furiosas cascadas que apagaron las cada vez más consumidas candelas; nos agarramos a cabos que colgaban de aquí y allá para ayudarnos a atravesar galerías donde no alcanzábamos a tocar el fondo; temblamos de frío al rato de estar sumergidos en esas aguas gélidas a las que no tocan los rayos del sol;… Al final del recorrido, donde nos aguardaba un salto al agua desde una roca con el que sólo Robert y yo nos atrevimos, María se resbaló y cayó de espaldas, siendo arrastrada por la fuerza del agua hacia atrás. Todo quedó en un susto. Tocaba deshacer el camino, y las candelas ya casi se habían consumido. Las enojadas se enojaron. Entonces, se requirió de nosotros un último acto de valentía ante el que María declaró que, con el resbalón, ella ya había alcanzado su límite. Pero Robert la convenció fácilmente: “tienes que hacerlo, no te queda otra”. Así que allá fuimos todos: había que dejarse caer, en medio de una violenta corriente, por un estrecho agujero en la roca, a través del cual saltaríamos a otra galería. Cuanto menos, liao. Pero, con la ayuda de los temerarios guías, todos lo conseguimos y salimos de vuelta a la luz del sol sanos, salvos y de una pieza.

Salto número II: el Columpio de la Muerte. Muy pero que muy alto, por en medio de dos larguísimas barras de metal contra las que no recomendaría a nadie perder los dientes, y directo al río, así era el salto número II. Robert, conejillo de Indias en lo que a todo tipo de barbaridades temerarias se refiere, procedió a darse una memorable leche que, de haber sido documentada, sería en estos momentos el vídeo con más visitas de YouTube. Y es que el salto desde el columpio tenía su técnica. Pero no dudó en intentarlo de nuevo, culminando la hazaña con éxito esta vez. Le seguimos Gabi y yo; el resto aún seguía blanco por la estrepitosa caída.

Último salto antes de Champey: ocho metros al río desde un destartalado puente que habría puesto los pelos de punta a cualquier ingeniero que se precie. Después de las grutas y el columpio, eso era pan comido, pero tampoco entonces se animaron a ello el resto de nuestros compañeros. Gallinas.

Por fin, nos dirigimos a Semuc Champey, un auténtico paraíso terrenal en el que combatimos el calor bañándonos en sus pozas de agua cristalina. La superficie “resbalosa” de las rocas provocó que alguno protagonizara divertidas caídas, pero ahí ya nadie se enojó, y pusimos fin a la excursión nadando todos felices y tranquilos hasta que llegó la hora de regresar a El Muro. El nivel de vaciado de copas descendió considerablemente con respecto al de la noche anterior, pero he de decir que algún miembro del Club de los Petaos no pudo evitar dar la talla. Somos gente profesional y organizada.

Semuc Champey
Domingo 26 de agosto de 2013Ajuste de cuentas y primera despedida. Obviamente, la pole position en el momento de cierre de las cuentas la ocuparon Pepe y su generoso afán por saciarnos a todos de tequila. Risas. En cuanto a los demás, la temida transacción, al final, resultó no ser para tanto. Bendita Guatemala; si hubiéramos estado en España, a día de hoy aún estaríamos en El Muro fregando platos.

En Antigua, nos despedimos de los juristas hasta Barcelona. ¡Extraña sensación! Quedamos Santa María y Huehue, acompañados por una Nadine en modo viajero que ya nos esperaba en el hostal. Pasamos la tarde dando rienda suelta a nuestro afán más consumista y regateador en uno de los mercados de la ciudad. Después de su fracaso en Chichi, Víctor por fin se dejó contagiar del espíritu y adquirió la tan ansiada mochila chapina. Nada más que destacar de una tarde tranquila después de muchas horas de rodaje.

Lunes 27 de agosto de 2013Arena negra y muchas olas. Eso sólo puede significar una cosa: Monterrico. Y es que después de varios días de trepidantes aventuras y considerables dosis de adrenalina, no parecía mal plan dejarse caer por la playa y just chill. Así hicimos, para lo que alquilamos un bungaló de lo más rudimentario que provocaba la risa con sólo mirarlo (entre otras lujosas cualidades, apenas tenía paredes, bastándole con una desgastada mosquitera con boquetes que rodeaba todo el “salón/cocina”). Eso sí, disponía de una piscinita en la que nos podíamos sumergir saltando con un cabo atado a la rama de un árbol que se inclinaba sobre ella. ¿Se puede pedir más?

Monterrico
Tras dejar abierta la pertinente cuenta (consejo para los amantes de la cerveza: dejar abierta la cuenta, definitivamente, no sale a cuenta), nos dirigimos a la playa a luchar contra las olas. Y es que en Monterrico uno no puede bañarse como si fuera la Playa de San Juan de Alicante. En Monterrico, las olas tienen una fuerza descomunal, por lo que los despistes son irreparables. Robert las saltaba cual pez en el agua; el resto las pasábamos canutas para intentar darnos un chapuzón. Por la tarde, jugamos unos intensos partidos de ping-pong antes de dejarnos la piel en el vóley playa (la que no nos dejamos acabó cubierta hasta las cejas de esa negra y pegajosa arena –Víctor adquirió un parecido considerable a King Kong-). La supremacía de Nadine, Víctor y mía sobre Palo y Robert fue evidente, y apuramos hasta el último rayo de sol para darles una buena paliza con nuestra perfecta técnica y coordinación. Después de cenar, Robert nos descubrió su habilidad con las cartas y nos impresionó con su repertorio de trucos de magia (nadie lo diría teniendo en cuenta lo mal que se le da el Chinchón), repertorio que Nadine y yo pondremos en práctica nada más pisar España. Y, tras un poco de chapa al son del destartalado ventilador de nuestro salón, caímos rendidos.

Martes 28 de agosto de 2013Sol y tequila. Nadie diría que, después de la tranquila mañana que pasamos a orillas del Pacífico abrasándonos al sol, se acabaría organizando un auténtico festival del tequila en Antigua al caer la noche. Pero así fue, y no habíamos terminado de apurar el vasito y amorrarnos al limón, que ya nos tenían preparado otro bien lleno sobre la mesa. Nadine no se lo creía, su cara era un poema. Víctor, por el contrario, manifestó que no le importaría liarse en su última noche en Guate; la pertenencia al Club de los Petaos pasa factura. Por otro lado, el reencuentro con los reunsencs fue todo euforia y exaltación de la amistad. ¡Qué grandes son! Tras dar más vueltas que una peonza tratando de aprender unos cuantos pasos de salsa, encaminar hacia el hostal a un Víctor desorientado y pelearme con medio bar por un jersey que al final no había perdido, nos venció el sueño. Conclusión de la noche: el recepcionista del hostal se lo pensará dos veces antes de permitirnos la entrada la próxima vez.


Al fin de nuestra última gran aventura, sólo me queda decir: buen viaje de vuelta al Viejo Continente, hasta pronto ¡y que sean muchas más!


lunes, 19 de agosto de 2013

Aire puro y buena compañía

Hacienda San Antonio, Nebaj



¿Sabéis esa extraña sensación de que os duelen partes del cuerpo de las que no teníais constancia hasta el momento? 

Pues así estamos en Huehuetenango, ya que al fin decidimos sacarle partido a las canchas de tenis del estadio de al lado de la Chacra y nos dirigimos a pelotear un rato después de muchos años sin agarrar una raqueta. En un intento del entrenador de satisfacer tanto nuestros intereses como los de las niñas que tenían clase justo al mismo tiempo que nuestra reserva, calentamos un rato haciendo la típica rueda de 4 o 5 golpes cada una y ya en ese momento nos dimos cuenta de que no somos lo que éramos, y que nuestros años como futuras sucesoras de las gemelas Williams habían llegado a su fin. Al final logramos que el entrenador cumpliera su promesa y nos dejara la pista que teníamos reservadas, y comenzó el duelo de titanes. Bastante nos costó durar más de 5 golpes seguidos sin que la pelota acabara en la red o casi en la carretera, pero al final conseguimos casi acabar un set, quedando en un ajustado 5-4 a mi favor (Juls, soy consciente que tarde o temprano llegará la revancha).

Al día siguiente la dificultad de mover los brazos y las piernas empezó a revelarse nada más intentar salir de la cama, y un leve dolor en los abdominales apuntaba que hacía mucho que nuestro cuerpo no se movía lo suficiente (el Tajumulco quedaba demasiado atrás). Pero dicen que el mejor remedio para las agujetas es más ejercicio y, ¿qué mejor ejercicio que una – mini – maratón?. El tribunal de Femicidio cumplía un año, por lo que decidieron organizar una maratón en contra de la violencia contra la mujer, maratón a la cual no dudamos ni un segundo en apuntarnos, del mismo modo que Coral no dudó ni un segundo en fiarse de nuestra buena fe y aceptó sin problema alguno acudir a tal evento deportivo vestida en corte y güipil (ropas típicas mayas, imaginaos el panorama). Tuvo suerte de que sus compañeros le dijeran la verdad momentos antes de salir de casa, nosotras no íbamos a ser tan benévolas. Quizás el arrepentimiento empezó cuando al llegar a la línea de salida lo primero que nos encontramos fue un grupo de 50 jóvenes uniformados con una camiseta rotulada con la palabra “Academia” a la espalda, con unos gemelos que triplicaban los nuestros, con el pelo cortado de la misma forma como si de un grupo de cabezas rapadas se tratara y con gritos de guerra propios (aunque, según mi humilde opinión, bastante mejorables). La loca academia de policía iba a ser nuestro principal contrincante en la carrera, pero sus pintas no tenían nada que ver con la de las películas, ya nos hubiera gustado. Pero eso no era todo, sino que detrás de toda esa multitud se encontraban varias personas más, bastante más esmirriadas pero con ropas que indicaban que eran profesionales del atletismo. La que se nos venía encima. Para intentar disimular nuestra ineptitud nos pusimos a imitar al resto de participantes y empezamos a hacer todos los estiramientos que se nos ocurrieron en el momento: brazos arriba, abajo, piernas arriba, piernas abajo. Ahí creo que ganamos un poco de credibilidad, o por lo menos eso espero.

Empieza la carrera. La teoría decía que los primeros kilómetros tenían que ser todos juntos y despacito, pero nuestros contrincantes hicieron caso omiso a las instrucciones dadas por los organizadores y empezaron dándolo todo desde el minuto 1. Manu, Kedila y yo intentamos seguir el ritmo de los demás y nos adelantamos, dejando atrás a Julia, Coral y Rosina, que ya advirtieron que no dudarían en irse a tomar un café si la cosa se complicaba. Pero no pasó mucho rato cuando Manu y yo nos dimos cuenta de que iba a ser imposible seguirle el ritmo a la incansable Kedila, por lo que optamos por disminuir un poco la marcha y alejarnos un poco del pelotón. Pero los casi 2.000m de altura de Huehue y la falta de entrenamiento hicieron que, a pesar de los esfuerzos de varios policías por animarme a seguir, tuviera que rendirme 1km antes de la meta. ¿Dónde fueron a parar todas las vueltas de atletismo durante las épocas de pretemporadas? Qué facilidad tiene mi cuerpo para olvidar todo eso, igual es una de las consecuencias de pertenecer al ya mencionado club de los petaos, no se puede tener todo en esta vida. Mi sorpresa fue cuando al llegar andando me encontré a una relajada Julia sin una gota de sudor en la frente. ¡Había sido la primera en llegar a la meta! El DIR había dado sus frutos, pensé. Pero su explicación del transcurso de la carrera no decía lo mismo. Resulta que a los 500m de la salida sus compañeras de cola Coral y Rosina decidieron que ya tenían suficiente, por lo que se pararon dejando a Julia a su suerte en medio de la gran metrópoli. El tráfico ya no paraba por ella, y el pelotón ya llevaba demasiada ventaja, por lo que no es raro que Juls se perdiera en medio del caos huehueteco y decidiera dirigirse directamente a la meta por la vía rápida. Ahí estábamos las dos, con toda nuestra confianza puesta en Kedila y Manu. El pisito del amor 2.0 va a tener que ponerse las pilas este año (Patt, toma nota). A los pocos minutos llegó un Manu que a penas podía con su alma, pero que realmente fue el único de nosotros en terminar la carrera, aunque fuera en las últimas posiciones (qué grande eres, Manué). En fin, resumiendo: la delegación española en Huehuetenango no va a pasar a la historia por su resistencia física, de eso no cabe ninguna duda. Y bueno, ahí va el segundo motivo de nuestras agujetas, que obviamente las acentuó notablemente, aunque no sería lo último de la semana. 

Llegó el viernes, por lo que nada más salir de la DEMI agarramos un microbús rumbo a Quiché, donde nos esperaban Tats, Pepe y una adorable familia a la que no fue difícil coger cariño en apenas una tarde. Y es que la familia Gómez Morales nos acogió de una manera increíble, y nos invitó a pasar las fiestas con ellos al más puro estilo chapín. Mercedes y las niñas no tardaron en ofrecernos la posibilidad de ir vestidas a la feria con el traje típico que la propia Mercedes cosía a mano día tras día. No podíamos negarnos ante tal invitación, por lo que nos dejamos llevar y a los pocos minutos nos encontrábamos debajo de una vestimenta de lo más peculiar. Con una falda hasta casi los tobillos y una camisa con toda clase de brillos y tonos de diferentes colores, empezó la sesión fotográfica con los diferentes miembros de la familia (que no eran pocos precisamente). La verdad es que era increíble la felicidad que se respiraba en esa casa llena de gente, y no pude evitar sentir morriña y pensar en toda la tropa de Garcías que estaban en ese mismo momento reunidos en la otra parte del mundo, seguramente desprendiendo la misma felicidad por estar todos juntos un verano más. Pero bueno, se hacía tarde y llegaba el momento de partir hacia la feria. La repentina lluvia nos obligó a quitarnos los trajes típicos que con tanta ilusión nos habíamos puesto y volver a ponerse tejanos y sudadera, mucho más apropiados para las callejuelas llenas de lodo (que no barro) que formaban la feria de Santa Cruz. La noche transcurrió entre futbolines y coches de choque como en nuestros tiempos mozos en las festes de poble. Si es que Quiché, al final resultó ser bastante “calidad”.

Parece que una de las características de los fines de semana esadinos es que se duerme poco, por lo que éste no podía ser menos. Con tan sólo 4 horas de sueño a nuestras espaldas, y aunque Víctor y Robert aún sigan sin creérselo, a las 5 y pico am sonaba el primer despertador. Hora de levantarse. Por supuesto, otro microbús nos esperaba. Y así, Tats, Pepe, Julia y yo empezamos nuestro camino hasta Nebaj. Lo que en principio tenía que durar unos 45 minutos / 1 hora se convirtió en más de dos horas de curvas y baches. La imposibilidad de decir la verdad característica de los guatemaltecos nos pasó factura a todos, especialmente a los de Chiquimula y a Josep, a los que no les quedó otra que ponerse a tirar piedras a una botella en El Entronque / encontres / encuentros durante más de nuestra hora y pico de retraso. La desesperación acabó con la paciencia de Robert, cuyas llamadas eran más temidas que el monstruo de las galletas o que el hombre del saco, y cuya mente fantaseaba imaginando nuestra llegada mucho antes de lo que tocaba. Tras nuestro no buscado retraso, temíamos el momento del reencuentro, pero nuestros compañeros demostraron ser unos anfitriones impecables y no tardaron en sacar la prometida tortilla de patata que ya dábamos por perdida. Tengo que confesar que los trozos de cebolla que saltaban a la vista no fueron impedimento alguno para que devorara un buen pedazo y de que incluso repitiera (mami, no vas a reconocerme a la vuelta).

El bueno de Josep nos llevó a Nebaj, donde observamos cómo un caradura con más labia que Obama le vendía la moto a un grupo de personas que escuchaba atentamente cómo se debía beber el líquido del ojo de una vaca para sanar sus ojos (como sabréis, hombres y mujeres hay muchos en este mundo, igual que carros y animales… pero ojos, de ésos sólo tenemos dos, y hay que cuidarlos).  Después de semejante espectáculo, siguiendo los consejos de Rosa, nos fuimos a la Hacienda San Antonio, un lugar de lo más recomendable en medio de unas montañas que podrían ser perfectamente los Alpes suizos, donde la calma y la tranquilidad eran las principales protagonistas. Los paisajes de éste país no dejan de sorprendernos. Después de una comida que supo a gloria en pleno paraíso, después de una sobremesa donde la confianza rozaba niveles extremos, y siguiendo con el ritmo del resto de la semana, nos aventuramos a una excursión a caballo que propició la aparición de agujetas en lugares del cuerpo en los que aún no se habían manifestado. Los pobres de Chiquimula tuvieron que quedarse en tierra ante la falta de animales, pero ello no impidió que protagonizaran una imagen a lo BrokeBack Mountain, que ya han anunciado que enseñarán a sus patojos adoptados en unos años.

Llegó la noche, por lo que Josep, Víctor, Robert y Estuardo nos tuvieron que abandonar para dirigirse al nuevo destino de los chicos, por lo que nos apresuramos a sacar las cartas recién compradas y a comenzar la primera de varias partidas de Chinchón de la noche. Ya Lola nos había advertido a Juls y a mí de nuestra necesidad de controlar los vicios, cuánto saben éstos mayas. Dos partidas fueron suficientes para que nos rindiéramos ante una Julia que no paraba de meterse en el bolsillo los quetzales que salían uno tras otro de nuestras carteras y, tras ellas, llegó la hora de dormir.

Al día siguiente, vuelta a nuestros respectivos hogares. La verdad es que esta vez no vamos a tener tiempo de echar de menos a nuestros queridos compañeros de viaje, ya que este miércoles la familia Tommy se vuelve a juntar para emprender un viaje más largo de lo habitual por dos de los puntos más importantes de la geografía guatemalteca: ¡Tikal y Semuc Champey nos esperan! 

lunes, 12 de agosto de 2013

Huehuetenangueando

Bienvenidos a Huehue

Sí, esta semana hemos decidido hacer honor al nombre de este Blog y descansar por una vez de nuestros clásicos rallies en chicken bus (aunque no de los mircrobuses ­–de alguna forma o de otra, nunca acabamos de librarnos de las latas de sardinas y las curvas interminables; me río yo de la maldición de la Perla Negra-). Al final, no ha resultado tan traumático, ¿no?

Durante la semana, compaginamos el trabajo ordinario en la DEMI con alguna que otra actividad para rellenar nuestra apretada agenda política: la inauguración en Huehue de una oficina de atención legal gratuita a la víctima del Instituto de la Defensa Pública Penal (sí, ofrecieron “refa”) y un conversatorio sobre la participación política de la mujer indígena a cargo de Lola en San Pedro Soloma. Fue precisamente esto último lo que nos obligó a lanzarnos a la carreta de nuevo durante un trayecto de, nada más y nada menos, tres horas de ida y tres horas de vuelta hasta dicho municipio. Bastante duro. A las 5:00 am (hora totalmente intempestiva en cualquier otro país del mundo) ya estábamos en pie. Entonces, llegó la desoladora noticia de manos de Lola: por motivos de seguridad, nada de carro. Así que, una hora más tarde, aguantábamos la respiración en el microbús más pestilente de todos los pestilentes microbuses que hayamos tenido el placer de agarrar hasta la fecha. Obviamente, Palo se mareó, aunque esta vez antes incluso de ponernos en marcha. Sólo quedaban tres horas de curvas.

Después de constatar la absoluta imposibilidad de dormir en esa montaña rusa rodante, en la que cada intento de cerrar los ojos suponía un cabezazo contra la ventana, me dediqué a observar el paisaje. Era nuestra primera incursión en los Cuchumatanes y las vistas desde esa sinuosa carretera entre montañas no tenían desperdicio. Palo, aguantando aún la respiración, no opinaba lo mismo. Al principio, los frondosos bosques a los que estamos más acostumbradas abrieron paso a un campo salpicado de unas puntiagudas y rojísimas flores que parecían llamas de una hoguera. Pasamos cerca de sencillas casitas que recordaban a las viviendas que las usuarias de la DEMI nos describen en las entrevistas. En el borde de la carretera esperaban, siempre ataviados con su vestimenta típica, mujeres y hombres indígenas a alguna camioneta que les llevara a sus destinos. En algún punto del camino divisé un camión de Sam Adams que irremediablemente me arrancó una sonrisa (Samuel Adams es la compañía cervecera más famosa de Boston). ¿Cómo llegó hasta allá? No se pierdan el próximo episodio de Cuarto Milenio. Más tarde, conforme ascendimos, el paisaje se fue tornando más y más rocoso y fueron emergiendo espesos bosques bajo un cielo cada vez más azul. A un lado del microbús, paredes de piedra; al otro, un auténtico océano de cimas redondas.

Cuando, por fin, desembarcamos en San Pedro Soloma, nos dejamos invitar a un delicioso y abundante desayuno típico y procedimos a acompañar a Lola a su conversatorio, el cual se llevó a cabo parcialmente en q’anjob’al (no, del q’anjob’al aún no hablamos ni papa).

De regreso en Huehue, la noche del viernes nos deparaba un alegre jolgorio junto a las niñas de Ixmucané; el día anterior había sido el veintidós cumpleaños de Rosina y, como si de una boda gitana se tratase, toda celebración era poca. Una, dos, tres y las veces que hiciera falta nos propusimos celebrar tal señalada fecha por todo lo alto. Tampoco teníamos nada mejor que hacer. La noche del jueves ya había soplado las velas tras una cena en D’ Carlo, pero es que las que sopló el viernes las aguantaba otro de esos deliciosos pasteles caseros de Celia. ¿Cómo resistirse? Pero, antes de disfrutar de tal manjar divino, las niñas sometieron a Rosina a nueve divertidas pruebas con las que demostró, entre otros, sus dotes bailarinas sobre una silla y su repertorio básico de palabras mayas y chapinas. Después del pastel (en realidad, los pasteles, pues se prepararon tres), tocaba mover el esqueleto, así que las niñas no dudaron en tomarnos de las manos y enseñarnos desde la bachata hasta los temas más sofisticados de Daddy Yankee. Cuando les llegó la hora de irse a la cama, a nosotros nos llegó la del chinchón. Bendita sea la suerte del principiante, que me propició unas ganancias considerables en mi noche de estreno en el juego. Al término de la partida, un problema logístico (Don Eliseo se encuentra en paradero desconocido; si alguien llega a tener noticia del mismo, que se ponga en contacto con nosotras ASAP) nos obligó a pernoctar en casa de Celia, que muy amablemente no dudó en darnos cobijo.

A la mañana siguiente, la palangana de su pickup nos dejó en La Chacra para una deliciosa siesta del tigre mientras los reusencs cumplían en el mercado con sus tareas de voluntarios. Después, habíamos planeado subir hasta el famoso mirador de Huehue, o eso hicimos creer a una Rosina que ya no daba abasto con tanta sorpresa de cumpleaños (olvidé mencionar que el viernes por la noche aparecieron en Ixmucané, sin que ella lo supiera, su madrina y su prima; ¡vaya sorpresón!). Pero aún faltaba la que corría a cargo de los amigos huehuetecos: una divertida carnada en la que incluso nos atrevimos a preparar litros y litros de sangría en una olla del tamaño de una catedral. La tarde transcurrió alegremente entre cervezas y Jack Daniel’s hasta que, casi sin darnos cuenta, se nos hizo de noche.

Y poco más podemos contar, de momento, sobre la vida en estos parajes. Me gustaría concluir la entrada de hoy informando al lector de que, en contra de toda expectativa, muy valientemente hemos decidido participar el jueves, junto con Manué, Rosina y su prima Kedila, en la maratón que se organiza en Huehue para celebrar el primer aniversario del Tribunal de Femicidio. ¿Conseguiremos alcanzar la meta? Señoras y señores, hagan sus apuestas.

martes, 6 de agosto de 2013

Maxibon


Mirar el calendario ha hecho que se nos pongan los pelos de punta. 6 de agosto. No es la fecha de ninguna guerra mundial ni el aniversario de ninguna estrella de rock. Significa que hemos sobrepasado el ecuador de nuestra estancia en tierras chapinas. El tiempo vuela, y nuestro verano se acaba. Bajón.
Pero bueno, mientras tanto la vida acá sigue y Guatemala nunca deja de sorprendernos. Y para sorpresas el monitoreo llevado a cabo por la Demi Central el lunes de buena matina. No entraremos en detalles sobre tal inesperado y desagradable acontecimiento, puesto que no creo que éste sea el momento ni el lugar. Pero lo cierto es que tal monitoreo marcó el rumbo del resto de la semana en la Defensoría, semana que me atrevo a calificar de diferente e intensa, y que ha hecho que nuestro apoyo a Lola y a Lucinda sea más contundente que nunca.

Pero después de la tormenta siempre llega la calma, y varias buenas noticias llegaron a la Demi los últimos días de la semana. Un juez que ofrece más fianza de la solicitada y una audiencia ganada por Lucinda, por fin algo bueno.

Llega el jueves, y nuestra agenda marca lo siguiente: Ir a procurar. Y es que aquí la figura del procurador, abogado y notario se funden en una misma persona, por lo que, echándole una mano a nuestra apreciada abogada, Manu, Juls y yo agarramos números de expediente y nos dirigimos al complejo de justicia. “Yo creo que en media horita lo tenemos todo”. Seré ilusa. Tras muchas escaleras arriba, muchas escaleras abajo, varios cambios de edificio y varias “medias horitas”, no sólo conseguimos hacernos amigos de los guardias de seguridad del complejo, sino que también logramos terminar la labor que se nos tenía encomendada (por lo menos parte de ella).

Y bueno, al final llegó el viernes, y con él una nueva aventura chicken bus. En realidad, nada que ver con la del fin de semana pasado, mucho más cómoda y tranquila (Juls ya está deseando tener que marchar otra vez sólo por subir en uno, dice que los echará de menos; no entiendo nada). Otra vez quedamos con los chicos de Chiquimula en Cuatro Caminos, que esta vez venían acompañados de una Rosa triste por la reciente y misteriosa pérdida (dejémoslo en pérdida) de su libro. De ahí, a La Cuchilla, luego a Sololá y, finalmente, a Pana. Y os preguntaréis, ¿otra vez?. Resulta que ESADE había decidido organizar un encuentro esadino en semejante paraíso, por lo que allí fuimos, a reunirnos con nuestros compañeros de El Salvador y México, cargados de apasionantes historias que contar.

La primera noche, siguiendo los deseos de Rosa y Víctor, decidimos darnos el lujo de ir a cenar al famoso Uruguayo. Y es que el pollo con arroz, presente en todos y cada uno de nuestros días en Huehue, tenía que dejar paso, al menos por un día, a una deliciosa parrillada uruguaya, precedida de unos apetecibles nachos con guacamole que Robert y Víctor no pudieron evitar hurtar a los comensales del fondo de la mesa. Una vez con el estómago lleno y satisfecho, decidimos, como buenos veteranos, dirigirnos a seguir llenándolo de otro producto de composición bien distinta. Sí, era el momento de ron de la casa a 10 quetzales (1€). ¡Cómo nos va a doler pagar 12€ por una copa a la vuelta! Durísimo. El resto de la noche transcurrió según lo previsto: risas varias. Los bares en los que Ari estaba más en su salsa que nunca cerraron otra vez a la 1am, por lo que no tuvimos más remedio que continuar con las risas en nuestro acogedor hotel. Pero a medida que la noche transcurría los integrantes de la familia se iban retirando a sus aposentos, por lo que al final quedamos los miembros de un ilustrísimo y selecto grupo, que ya goza de nombre oficial. Me llena de orgullo y satisfacción presentar en sociedad la existencia de un grupo que pasará a la historia como el club de los petaos, un club que nada tiene que envidiar a los masones, a Los Cinco, o al club de los poetas muertos, y cuyos honorables miembros deben permanecer en el más profundo de los anonimatos.

Pasaron las horas y la cena del uruguayo quedaba demasiado lejana. Lo ideal hubiera sido encontrar un Bopan a la vuelta de la esquina y devorar un trozo de pizza o cualquier tipo de bocadillo. Pero lamentablemente no fue así, y lo único que había a pocos metros del hotel era un chiringuito ofreciendo no sé muy bien el qué. El valiente de Pepe optó por hacer caso omiso a nuestras sospechas acerca del origen de la carne y decidió ordenar una ración de lo que fuera y saciar su hambre de una vez por todas. Pobre Pepe, pensé en ese momento. Pobre de mí, pensé horas más tarde. ¿Serían los dos nachos que le cogí a Pep los causantes de mis problemas? Quién sabe…

Al día siguiente, empezaba el reencuentro oficial. Bajo un sol abrasador (pero sin rascacielos del cielo de Nueva York), y a una velocidad bastante alejada de la que nos tienen acostumbradas los medios de transporte guatemaltecos, un barco privado nos llevó a conocer Santiago, uno de los pueblecitos a orillas del lago que nos faltaban por conocer. La verdad es que se trataría de un pueblo sin demasiado encanto, si no fuera por el famoso San Simón (Maxibon, maxsimón y derivados), una figura de un tipo de lo más extraño, envuelta de numerosas corbatas y rodeada de velas de todos los colores y olores habidos y por haber, ante el cual pedimos amor, trabajo, salud y todo lo que os podáis imaginar por el módico precio de un par de quetzales. Tras ser rociadas por una especie de botafumeiro que dejó en nuestra ropa un desagradable olor a incienso, reanudamos nuestro camino por alta mar (por decir algo) rumbo hacia un idílico hotel cuyo nombre no puedo acordarme. Una piscina que supo a gloria, un cangrejo extraviado, una comida con unas vistas impresionantes y una Tatiana sin pelos en la lengua marcaron la agradable tarde del sábado.
Lago Atitlán

Me gustaría poder contar diferentes aventuras sobre la noche del sábado, pero un terrible dolor de barriga, que me he atrevido a diagnosticar como gastritis me obligó a renunciar a la cena del Pana Rock y me mandó directa a la cama.

(Julia al teclado para terminar de plasmar las aventuras del finde ante la trágica baja de mi estimada compañera Palomalo, quien, como ya habréis adivinado y como advirtió un asombradísimo Pepe el sábado por la noche, pasó unas cuantas horas del anteriormente descrito color verde blanquecino.)

Poco se perdió la enfermita de un sábado noche en el que el resto de nuestros compañeros se empeñó en demostrar su idoneidad para ocupar las mejores habitaciones de cualquier geriátrico. Una retirada masiva y Tats y yo nos encontramos mano a mano, postradas en la barra del bar donde la noche anterior se habían vaciado las copas a un ritmo frenético. Sería cosa de la insolación. Tats se acabó su cerveza a medio tomar y nos dispusimos a recuperar fuerzas para el día siguiente, cuando iríamos a batir nuestros quetzales contra los negociadores más experimentados del famoso mercado de Chichicastenango.

Y así fue. Después de incontables y cerradísimas curvas, y una vez bien provistas las carteras de recursos económicos, por fin llegamos a ese laberinto de turistas y puestecitos de coloridos souvenirs que es Chichicastenango. Encontramos de todo: mochilas y manteles, cinturones y pantucos, bolsos y bolsas, más manteles, cintas para el pelo, collares y pulseras... Aquello era un arco iris de objetos típicos, el escenario perfecto para el timo perfecto. Ya nos habían advertido: de cuanto os pidan por cada cosa, pagad un tercio del precio. 

Y con tal sabio consejo en mente, nos adentramos en las estrechas y abarrotadas callejuelas del mercado. El grupo de esadinos no tardó más de tres segundos en dispersarse entre sus diversas ramificaciones, absorbidos tras alguna cortina de manteles o de collares de cuentas. Yo, personalmente, no tenía mucha fe en el negoci, pues según muy equivocadamente pensaba odio regatear. Al final del recorrido, no sólo me lo pasé como una enana regateando con los "amigos" de los puestos, sino que descubrí que me encanta el regateo y pelear por unos míseros quetzales (ya sabéis que acá con diez quetzales uno se financia un cubalibre, no hay que despilfarrar). Además, a lo largo de la mañana, Robert y yo desarrollamos una estrategia infalible que nos permitió hacernos con una variadísima selección de los tan anhelados souvenirs sin que nuestras carteras se resintieran demasiado: fuera cual fuera el precio que nos pidieran de entrada, acabar pagando la mitad por el doble de mercancía. No falla. A Víctor, su planteamiento de proponer el precio correspondiente a un amigo de la infancia no le resultó tan exitoso, por lo que se fue de Chichi sin cerrar la transacción más importante para la que había acudido al mercado: la compra de la típica mochila de cuero con bordados indígenas (en vista de que la mía ha resultado apestar a camello saharaui, quizás Víctor haya estado de lo más acertado en su abstención). En cuanto a la convaleciente Palo, numerosos fueron mis intentos de que renunciáramos a la excursión para volver en otra ocasión, pero todos ellos inútiles, pues la única respuesta que salía de su boca se le acercara quien se le acercara era: "No, quiero comprar".

Chichi, pues, check. Regresamos a Huehue pasando por Quiché en un pestilente microbús en el que conocimos a dos entrañables estudiantes franceses que volvían a México tras unas semanas aprendiendo español en territorio chapín. ¡Cómo mola toparse con mochileros en los rincones más recónditos de este mundo! Y con ello culminó nuestra última aventura por el momento. No se pierdan la próxima entrega de Memorias de Huehuetenango.