viernes, 30 de agosto de 2013

La última gran aventura

A tres días de abandonar territorio chapín, podría decirse que, por el momento, se acabaron nuestras aventuras. Ayer regresamos a Huehue tras una buena semana de paseos y picos pardos, la bolsa cargada de ropa sucia y de alegres anécdotas que seguro que recordaremos toda la vida. Y, por si algún día se nos olvidan, procedo a continuación a recopilar algunas de las más memorables. Lectores, pónganse cómodos.

Martes 20 de agosto de 2013MasterChef a la luz de las velas. Tortillas de patata, en el último cuatri, hemos hecho unas cuantas. Ahora bien, lo de que entre vuelta y vuelta se vaya la luz, quedando la cocina sumida en la más negra oscuridad, es novedad. Nos encontrábamos Palo y yo a los fogones de La Chacra el martes por la noche, preparando un par de tortillas españolas para la refa que habíamos prometido a nuestras compañeras de trabajo al día siguiente, cuando de pronto se produjo el imprevisto. En fin, ¡preocupadas! Alumbrada por una mísera vela y la linterna del iPhone que Palo apuntaba hacia la sartén, pude darle la vuelta a la segunda de nuestras tortillas sin armar demasiado estropicio. Cocinar a oscuras: check.

Miércoles 21 de agosto de 2013Cocina fusión: tortillas y tamales. Lola se despedía de la DEMI tras siete años al pie del cañón, así que la ocasión merecía celebración: entre sus tamales y nuestras tortillas de patata, montamos una buena refa a base de comida típica guatemalteca y típica española a la par. La verdad es que la despedida fue de lo más entrañable, y no faltaron las palabras emotivas y las risas provocadas por las inevitables meteduras de pata lingüísticas de Palo (nunca habléis a un guatemalteco sobre pijos y pijas, acá eso tiene un significado muy distinto). Por supuesto, tampoco pudo faltar la típica conversación de repaso a los últimos atracos y violentos homicidios de la temporada. Una sobremesa chapina muy normal y muy corriente. Y, con el estómago ya lleno, pusimos rumbo a Guate City. La aventura estaba a punto de comenzar.

Jueves 22 de agosto de 2013In the jungle, the mighty jungle. Reunida ya toda la familia en el aeropuerto de Guate, entre un asfixiante tufillo a Relec, nos embarcamos rumbo a Flores en el que anunciaron como “vuelo negro”. Los más supersticiosos no pudieron evitar desconfiar de una avioneta con semejante nombre, y bromeaban anticipando trágicos titulares de periódico. Al final, el vuelto hasta el International Mayan World Airport (Tats se parte) resultó no ser tan negro, y muchos lo hemos acabado calificando como el mejor vuelo de nuestras vidas. Y todo ello porque nos ofrecieron un desayuno que incluía Tortrix. Somos gente sencilla. Menos de una hora después (tiempo suficiente para que Robert realizara un completo estudio sociológico sobre un tipo japonés que dormía entre nosotros), aterrizábamos al calor sofocante de El Petén. Tikal nos esperaba.

Templo II, Tikal
Siempre al borde del soponcio (lo del calor sofocante se queda corto), recorrimos durante todo el día el espectacular yacimiento arqueológico de Tikal. Las miles y miles de ruinas mayas son verdaderamente impresionantes, pero sólo el enclave del parque ya hace que la visita merezca la pena. Y es que Tikal se encuentra en medio de una inmensa selva repleta de hormigas gigantes, ciempiés naranjas y monos araña. Por suerte, a los jaguares sólo pudimos escucharles desayunar desde lo lejos (aunque, de habérnoslos encontrado, el procedimiento a seguir ya nos había quedado claro gracias a Víctor: dejar que algún ingenuo corra y el resto del grupo se salve). Como no podía ser de otra forma, también subimos muchas escaleras para conquistar la cima del templo más alto (Aleix apreció muy correctamente que en todas nuestras actividades siempre hay escaleras implicadas, y éstas no iban a ser las últimas).

Exhaustos después de tanto jugar a ser exploradores intrépidos, de camino a Flores, caímos todos rendidos. Bueno, no todos; Palo y Víctor, los típicos pesados de carretera, no cerraron el pico ni un minuto en todo el trayecto, impidiéndome disfrutar de mi siesta con tanta chapa y ofendiendo a un Robert totalmente alucinado porque su compañero no había hablado tanto con él en estos dos meses. En Flores, cenamos tomate con pizza (sí, y no viceversa) al son de unos mariachis lamentables, a quienes Víctor convenció para que cantaran “Las Mañanitas” a Tats, aunque no era su cumpleaños, por el módico precio de dos quetzales (el mariachi le pedía veinte, a lo que Víctor respondió: “ni pa’ ti, ni pa’ mí, le doy dos”).

Finalmente, después de apurar esas deliciosas pizzas bañadas en salsa de tomate, dio comienzo el espectáculo del circo de pulgas. Ante el avistamiento de unos diminutos seres saltarines que corrían por nuestras camas, Palo dio la voz de alarma. Ante la duda, hizo venir, en calidad de experta en la materia, a una Patri ya en pijama que confirmó que, efectivamente, se trataba de dicho insecto inmundo. Entonces, Palo decidió que ya era hora de estrenar su mosquitera de Decathlon, mientras Robert y Víctor, entre carcajadas, nos informaban de otro terrible avistamiento: lo que les pareció una cucaracha de dimensiones desproporcionadas acababa de hacer acto de presencia en nuestra habitación, desapareciendo tras el armario rápidamente. Esto ya fue demasiado para mí, que agarré mi bolsa, manifesté que yo me iba de ahí y procedí a salir de la habitación y a subirme a una silla del pasillo por si las moscas. Después, mientras los chicos montaban guardia delante de nuestra puerta, fueron llegando uno a uno otros de nuestros compañeros que, fascinados por el circo de pulgas, venían a admirarlas. No pegué ojo en toda la noche.

Viernes 23 de agosto de 2013Living young, wild and free. Casi ocho horas de carretera y un descenso en picop por los parajes más remotos después, aparecimos en El Muro (Lanquín), un alocado hotelito regentado por dos aún más alocados personajes, Max y El Pelón, que procedieron rápidamente a abrirnos una cuenta en el bar a cada uno. Así empezaron a deslizarse las botellas de cerveza por la barra (para Gabi, los chupitos de tequila), y eso que aún no eran ni las cinco de la tarde. Cuatro representantes de cuatro departamentos distintos –Víctor, Pepe, Gabi y yo misma (curiosamente, todos nosotros pertenecientes al Club de los Petaos)- fuimos embaucados para una excursión de tubing por el río que ofrecía free beer. Cómo rechazarlo. Así, lata de cerveza en mano, nos lanzamos al río, introduciendo nuestras posaderas en los flotadores. La excursión fue de lo más divertida: evitamos rocas que emergían del agua y ramas que colgaban hasta la superficie aquí y allá; aguantamos el tipo, colocándonos las cervezas entre las piernas, en los tramos de rápidos; y, por sugerencia de Gabi, nos azotamos una nalga al final del recorrido para comprobar que el agua helada efectivamente había dado su resultado reafirmante. La vuelta en picop la hicimos con lo puesto y nada más –es decir, en biquini y bañador-, lo que inspiró a una Gabi desatada para escenificarnos, agarrada a la barra central de la palangana, cómo debía ser un videoclip de Daddy Yankee como Dios manda (tanto yate, tanto yate…).

Recogimos a nuestros compañeros en El Muro y nos introdujimos en las grutas de Lanquín. Non-stop. La experiencia no fue del agrado de todos: como anochecía, miles y miles de murciélagos pasaban sobrevolando nuestras cabezas, casi rozándonos, hacia la salida de la gruta, mientras los colgaos de los guías, con sus risas malévolas, trataban de atemorizar al personal. Así nacieron las “enojadas”. A mí, personalmente, me encantó la experiencia; no he visto nunca nada igual. Pero las aventuras en el interior de oscuras grutas sólo habían hecho que empezar.

Regresamos a El Muro en picop pasados por agua; apelotonados bajo la lona, parecíamos esclavos romanos de camino a ser vendidos. Entonces, cuentas abiertas, se desató el jolgorio en la terraza del hotel. Max no daba abasto para servirnos incontables cubalibres y, al mismo tiempo, apurar sus chupitos de tequila. Más tarde, se organizó un juego cervecero sobre la mesa de quezaltpong que a muchos nos devolvió a nuestras andadas en los tiempos de college norteamericano. Las litronas de Gallo se vaciaban a un ritmo frenético. La noche transcurrió entre importantes estudios sociológicos y muchos chupitos de tequila a cuenta de Pepe. En algún momento, un coco perteneciente a un huésped israelí apareció en nuestras manos; unos minutos después, quedó totalmente reventado contra el suelo (la atribución de la responsabilidad por semejante barbaridad se debate entre Gabi y Robert; testigos, por favor, pónganse en contacto con nosotros asap). Antes de dormir, se desplegó en nuestra habitación, para variar, una compleja operación coordinada para acabar con una temible cucaracha. Después de una lucha encarnizada, fue Gabi quien le dio muerte a zapatazos con ensañamiento. Esa noche sí que pude pegar ojo.

Sábado 24 de agosto de 2013Isla de Muerta y otros remotos parajes. Cargamos la resaca sobre la picop y pusimos rumbo al paradisíaco Semuc Champey. Nada como un buen zarandeo en la palangana para borrar los efectos del tequila a cuenta de Pepe. Sin embargo, antes del relax de las pozas naturales, fuimos sometidos a una buena dosis de adrenalina gruta adentro. Esta vez, no había ni una bombilla de luz eléctrica que iluminara esa laberíntica gruta sin fin, así que no nos quedó otra que adentrarnos en su oscura profundidad “candela” en mano. ¿Recordáis Isla de Muerta de Piratas del Caribe I? Nuestra gruta no era muy distinta, salvo porque en ella no había tesoro alguno, sólo agua, roca y oscuridad. Tuvimos que nadar, alzando un brazo sobre la superficie del agua para mantener encendidas las candelas y sujetándonos con el otro a las paredes de piedra; subimos y bajamos por rudimentarias escaleras amarradas con cabos a las rocas; atravesamos furiosas cascadas que apagaron las cada vez más consumidas candelas; nos agarramos a cabos que colgaban de aquí y allá para ayudarnos a atravesar galerías donde no alcanzábamos a tocar el fondo; temblamos de frío al rato de estar sumergidos en esas aguas gélidas a las que no tocan los rayos del sol;… Al final del recorrido, donde nos aguardaba un salto al agua desde una roca con el que sólo Robert y yo nos atrevimos, María se resbaló y cayó de espaldas, siendo arrastrada por la fuerza del agua hacia atrás. Todo quedó en un susto. Tocaba deshacer el camino, y las candelas ya casi se habían consumido. Las enojadas se enojaron. Entonces, se requirió de nosotros un último acto de valentía ante el que María declaró que, con el resbalón, ella ya había alcanzado su límite. Pero Robert la convenció fácilmente: “tienes que hacerlo, no te queda otra”. Así que allá fuimos todos: había que dejarse caer, en medio de una violenta corriente, por un estrecho agujero en la roca, a través del cual saltaríamos a otra galería. Cuanto menos, liao. Pero, con la ayuda de los temerarios guías, todos lo conseguimos y salimos de vuelta a la luz del sol sanos, salvos y de una pieza.

Salto número II: el Columpio de la Muerte. Muy pero que muy alto, por en medio de dos larguísimas barras de metal contra las que no recomendaría a nadie perder los dientes, y directo al río, así era el salto número II. Robert, conejillo de Indias en lo que a todo tipo de barbaridades temerarias se refiere, procedió a darse una memorable leche que, de haber sido documentada, sería en estos momentos el vídeo con más visitas de YouTube. Y es que el salto desde el columpio tenía su técnica. Pero no dudó en intentarlo de nuevo, culminando la hazaña con éxito esta vez. Le seguimos Gabi y yo; el resto aún seguía blanco por la estrepitosa caída.

Último salto antes de Champey: ocho metros al río desde un destartalado puente que habría puesto los pelos de punta a cualquier ingeniero que se precie. Después de las grutas y el columpio, eso era pan comido, pero tampoco entonces se animaron a ello el resto de nuestros compañeros. Gallinas.

Por fin, nos dirigimos a Semuc Champey, un auténtico paraíso terrenal en el que combatimos el calor bañándonos en sus pozas de agua cristalina. La superficie “resbalosa” de las rocas provocó que alguno protagonizara divertidas caídas, pero ahí ya nadie se enojó, y pusimos fin a la excursión nadando todos felices y tranquilos hasta que llegó la hora de regresar a El Muro. El nivel de vaciado de copas descendió considerablemente con respecto al de la noche anterior, pero he de decir que algún miembro del Club de los Petaos no pudo evitar dar la talla. Somos gente profesional y organizada.

Semuc Champey
Domingo 26 de agosto de 2013Ajuste de cuentas y primera despedida. Obviamente, la pole position en el momento de cierre de las cuentas la ocuparon Pepe y su generoso afán por saciarnos a todos de tequila. Risas. En cuanto a los demás, la temida transacción, al final, resultó no ser para tanto. Bendita Guatemala; si hubiéramos estado en España, a día de hoy aún estaríamos en El Muro fregando platos.

En Antigua, nos despedimos de los juristas hasta Barcelona. ¡Extraña sensación! Quedamos Santa María y Huehue, acompañados por una Nadine en modo viajero que ya nos esperaba en el hostal. Pasamos la tarde dando rienda suelta a nuestro afán más consumista y regateador en uno de los mercados de la ciudad. Después de su fracaso en Chichi, Víctor por fin se dejó contagiar del espíritu y adquirió la tan ansiada mochila chapina. Nada más que destacar de una tarde tranquila después de muchas horas de rodaje.

Lunes 27 de agosto de 2013Arena negra y muchas olas. Eso sólo puede significar una cosa: Monterrico. Y es que después de varios días de trepidantes aventuras y considerables dosis de adrenalina, no parecía mal plan dejarse caer por la playa y just chill. Así hicimos, para lo que alquilamos un bungaló de lo más rudimentario que provocaba la risa con sólo mirarlo (entre otras lujosas cualidades, apenas tenía paredes, bastándole con una desgastada mosquitera con boquetes que rodeaba todo el “salón/cocina”). Eso sí, disponía de una piscinita en la que nos podíamos sumergir saltando con un cabo atado a la rama de un árbol que se inclinaba sobre ella. ¿Se puede pedir más?

Monterrico
Tras dejar abierta la pertinente cuenta (consejo para los amantes de la cerveza: dejar abierta la cuenta, definitivamente, no sale a cuenta), nos dirigimos a la playa a luchar contra las olas. Y es que en Monterrico uno no puede bañarse como si fuera la Playa de San Juan de Alicante. En Monterrico, las olas tienen una fuerza descomunal, por lo que los despistes son irreparables. Robert las saltaba cual pez en el agua; el resto las pasábamos canutas para intentar darnos un chapuzón. Por la tarde, jugamos unos intensos partidos de ping-pong antes de dejarnos la piel en el vóley playa (la que no nos dejamos acabó cubierta hasta las cejas de esa negra y pegajosa arena –Víctor adquirió un parecido considerable a King Kong-). La supremacía de Nadine, Víctor y mía sobre Palo y Robert fue evidente, y apuramos hasta el último rayo de sol para darles una buena paliza con nuestra perfecta técnica y coordinación. Después de cenar, Robert nos descubrió su habilidad con las cartas y nos impresionó con su repertorio de trucos de magia (nadie lo diría teniendo en cuenta lo mal que se le da el Chinchón), repertorio que Nadine y yo pondremos en práctica nada más pisar España. Y, tras un poco de chapa al son del destartalado ventilador de nuestro salón, caímos rendidos.

Martes 28 de agosto de 2013Sol y tequila. Nadie diría que, después de la tranquila mañana que pasamos a orillas del Pacífico abrasándonos al sol, se acabaría organizando un auténtico festival del tequila en Antigua al caer la noche. Pero así fue, y no habíamos terminado de apurar el vasito y amorrarnos al limón, que ya nos tenían preparado otro bien lleno sobre la mesa. Nadine no se lo creía, su cara era un poema. Víctor, por el contrario, manifestó que no le importaría liarse en su última noche en Guate; la pertenencia al Club de los Petaos pasa factura. Por otro lado, el reencuentro con los reunsencs fue todo euforia y exaltación de la amistad. ¡Qué grandes son! Tras dar más vueltas que una peonza tratando de aprender unos cuantos pasos de salsa, encaminar hacia el hostal a un Víctor desorientado y pelearme con medio bar por un jersey que al final no había perdido, nos venció el sueño. Conclusión de la noche: el recepcionista del hostal se lo pensará dos veces antes de permitirnos la entrada la próxima vez.


Al fin de nuestra última gran aventura, sólo me queda decir: buen viaje de vuelta al Viejo Continente, hasta pronto ¡y que sean muchas más!


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