lunes, 22 de julio de 2013

Rayando el sol


Guatemala es un país de grandes contrastes, y nuestros fines de semana no podrían ser menos. Esta vez decidimos dejar las chanclas y los bañadores para llenar la mochila con botas de montaña y polares Quechua  (aunque, al parecer, no los suficientes).

Pero no iré tan rápido, ya que el transcurso de esta última semana entre Cuchumatanes también es digno de mención. ¿Quién dijo que Huehue era aburrido? Aprovechando que el martes era fiesta, el plan del lunes de “ir a tomar algo, cenar y seguir tomando” resultó realmente apetecible (en realidad, quedó en tomar y seguir tomando) y no costó demasiado que Coral, Juls y yo nos volviéramos fans incondicionales del Tamarindo (en adelante, “Ta-mu-rico”). Así, entre risas, nachos y bebidas locales, los amores chapines y las expresiones guatemaltecas ocuparon buena parte de nuestra noche huehueteca. Pero la guinda del pastel fue despertarse al día siguiente con una oferta de tortilla de patata para comer por el módico precio de una visita a Ixmucané. No podíamos negarnos, sonaba demasiado bien. La verdad es que estos chicos de Reus se lo montan muy bien, y nos deleitaron con un manjar typical Spanish, con revuelto de patata y huevo incluido (sí, la tortilla de patata tendrá que esperar). El resto de la tarde transcurrió entre norias de los años 70, algún mareo que otro (mamá, esta vez no fui yo), mazorcas de maíz y todo tipo de comidas típicas. La feria había llegado, y ahí estábamos nosotros para ver cómo se viven las fiestas aquí.

Feria de Huehuetenango


La vuelta al trabajo el miércoles fue un poco dura después de esta especie de finde largo, pero por suerte el jueves volvíamos a lanzarnos a la carretera, con una mochila bien cargada y muchas experiencias que vivir. Primer destino: Ciudad de Guatemala. La capital resultó ser el lugar de reencuentro con el resto de recién graduados juristas esadinos, y el motivo de tan esperado reencuentro no puede ser más particular. Y es que la DEMI cumplía 14 años, por lo que ahí nos fuimos todos desde nuestros respectivos destinos para celebrarlo al puro estilo maya. Bajo un sol que a algunos les pasó factura nos disponíamos a asistir a un ritual maya con todos los integrantes de la Defensoría de la Mujer Indígena. Me gustaría omitir el dato de mi participación en el acto, pero sé que a todos les gusta recordar el momento “Paloma a la bbq”. Desde aquí agradecemos a la DEMI darnos la oportunidad de asistir a un acto tan importante, y ya tenemos una historia más que contar a nuestros hijos. Una vez acabado el acto, y sin ser del todo conscientes de la ciudad en la que nos encontrábamos, nos abalanzamos  como si no hubiera mañana a una palangana rumbo a la sede central (no preocuparse, nos cubríamos las espaldas los unos a los otros como auténticos compañeros). ¡Cómo nos gusta esto de la palangana!


Tajumulco
Y bueno… con el fin de semana llegó lo que el bueno de Víctor llevaba organizando toda la semana: ¡el punto más alto de América Central nos esperaba! Seguro que nadie daba un duro por nosotros, pero es que, modestia a parte, somos una familia de auténticos campeones. Tras una noche en Xela cantándole el cumpleaños feliz a Robert, a las 6 am del sábado sonaban los primeros despertadores, y de las diferentes habitaciones de Los Chocoyos empezaba a salir gente con pintas dignas de enmarcar y enviar a todos los procesos de selección habidos y por haber. Eso sí, todos con ganas de darle gas al Tajumulco (vaya panda de motivados estamos hechos). Pero nuestro estado de motivación rozó la desolación al llegar al punto de encuentro y descubrir que el grupo de gringos que nos acompañaba iba altamente más preparado que nosotros, y que, además de los 4 litros de agua por persona, había una buena montaña de sacos de dormir y de esterillas que cargar a las espaldas (o, en su defecto y echándole un poco de cara al asunto, en el bueno del burro/caballo que nos acompañaba). En serio, ¿dónde creíamos que íbamos?A los pocos minutos de empezar a caminar empezaron las primeras apuestas: ¿de qué boca saldría el primer “quién me mandaría a mí”?. La cosa estaba entre los fumadores - Gabi (en adelante, a petición de Alcón, La navajas) y Pepe - que nos sorprendieron a todos ocupando siempre las primeras posiciones de llegada (qué tíos, creo que vamos a empezar a fumar todos). El primer día de ascenso puede resumirse en 3 fases bien diferenciadas (no, no son la euforia, la desolación y la solidaridad): al principio los 3.000m de altitud fueron nuestro mayor problema y preocupación, pero a medida que nuestros pulmones y nuestro demacrado organismo (para posibles extractores de órganos, recalco lo de demacrado) se iba acostumbrando, las piernas empezaban a fallar. Y una vez todo empezaba a estar en orden, el frío, la lluvia (Raindrops keep falling on my head,) y nuestra poca preparación nos jugaron una mala pasada y las diferentes partes de nuestro cuerpo empezaron a dejar de responder como deberían. El campamento base parecía no llegar nunca, y el miedo a quedar atrapados en una peligrosa tormenta acechaba cada vez con más fuerza en nuestras cabezas. Pobres de nosotros. La niebla hacía que cada paso fuera una auténtica ruleta rusa, y nuestra preocupación por intentar no perder de vista al de delante cada vez era más intensa y desesperante. ¿Sobreviviríamos a semejante aventura? Vale sí, quizás esté exagerando un poco (o quizás algo más que un poco), pero el caso es que sobrevivimos a la primera lluvia, y pudimos montar el campamento en la zona prevista. Tras la mítica partida nocturna de asesino y varios ataques muy gratuitos por algunos de los que se hacen llamar compañeros, llegó la hora y, cual Lunnis, nos fuimos todos a dormir. La cima del Tajumulco nos esperaba.

Ojalá todo hubiera sido así de fácil, pero no. Tras varios intentos fallidos de conciliar el sueño, nos dimos cuenta que no somos tan aventureros como creíamos y de que la esterilla, la tienda de campaña, la lona, los ladridos de Taju (nuestra mascota de fin de semana) y el frío polar no era lo nuestro. Menos mal que Víctor, que me pareció entender que había estado de intercambio en Nueva Zelanda, estaba ahí para ofrecer jerséis a quien los necesitara, puesto que el calor humano de las pequeñas tiendas de campaña resultó no ser suficiente. 

4 am: Eduardo empieza a gritar que es hora de despertarse. Objetivo: un amanecer en lo más alto. El frío del día anterior no era nada en comparación con lo que se nos venía encima. Más de uno, siguiendo los sabios consejos de La Navajas, y a falta de guantes de 15 quetzales, optaron por crear sus propias manoplas usando los calcetines más gordos que quedaban entre sus pertenencias. Apuntad, guionistas de “El último superviviente”. Pero, como siempre, todo esfuerzo tiene su recompensa, y los primeros en llegar a la cima pudimos gozar de unas vistas realmente privilegiadas: a un lado Chiapas (México), al otro el volcán Tacaná, y todo centro américa a nuestros pies. Éramos los reyes del mundo.



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