domingo, 28 de julio de 2013

Ron de la casa

¿Sabíais que si engancháis un guante de látex al extremo de una botella de plástico cortada en forma cilíndrica, y después la introducís en un recipiente con agua, el guante se hincha como un globo? Vale, tampoco es el experimento de vuestras vidas, pero ¿cómo os quedáis si así, por la cara, os piden desesperadamente la explicación científica a tal fascinante descubrimiento? A Palo y a mí, gente de letras, nos pilló un poco por sorpresa la cuestión; las niñas de la Asociación Ixmucané, que aún no habían hecho sus deberes para el viernes, reclamaban nuestra contribución. Yo me atreví con una explicación de lo más rudimentaria mientras Palo, iPhone en mano, trataba apresuradamente de disipar cualquier duda a base de Wikipedia. Al final, resultó que no andaba tan desencaminada, y las risueñas niñas se despidieron contentas con la faena feta. Nosotras, por nuestra parte, nos ganamos con nuestra visita un buen trozo de un espectacular bizcocho.

Tras la visita, acompañadas por unos reusencs cubiertos de pintura marrón hasta las cejas (el bricolaje no es lo suyo), fuimos a disfrutar de una buena cena en los jardines del restaurante Monte Alto, de cuyas pizzas y pasteles nos hemos vuelto fans incondicionales (que se lo digan a Manuel, que no dudó en pedir, con toda la naturalidad del mundo, un "pie" -pronunciado así, como se escribe- de manzana).

El viernes, después de ocupar toda la mañana en una intensa investigación sobre adjudicaciones de tierras, patrimonios agrarios familiares y costumbres matrimoniales indígenas, pusimos rumbo a Panajachel, a orillas del Lago Atitlán. El trayecto no tiene desperdicio:

Chicken bus nº 1, Huehue-Cuatro Caminos: lo que creemos es una avería de vete-tú-a-saber-qué-tipo nos obliga a cambiar de autobús a mitad de camino, lo cual no habría supuesto ningún problema de no ser porque el autobús al que habíamos de cambiarnos (de ahora en adelante, chicken bus nº 2) superaba con muchas creces (pero que muchas creces) el aforo razonable. Con una nalga en el asiento y la otra suspendida en el aire, retomamos nuestra marcha hasta Cuatro Caminos en esa lata de sardinas con ruedas. Las curvas no resultan nada fáciles (nota: TODO el camino es una sucesión inexorable de curvas). En Cuatro Caminos nos esperaba un Víctor completamente abandonado a su suerte por su compañero de batallas, que decidió no acompañarnos en esta última aventura; ni el más peligroso de los asaltantes sería capaz de hacer a Víctor renunciar a su parte de protagonismo en este Blog y quedarse en casa.

Chicken bus nº 3, Cuatro Caminos-Los Encuentros: subimos, nos "acomodamos" y... "¡Pana-Pana-Pana-Pana-Pana!". Mecachis, hay un autobús directo. Nos asaltan las dudas, ¿cambiamos? ¡Cambiamos! Mochila para arriba, mochila para abajo, armamos un pequeño escándalo que tiene a todos los pasajeros pendientes de nuestros movimientos. Y eso es todo sobre el chicken bus nº 3.

Chicken bus nº 4, Cuatro Caminos-Panajachel: ¿os acordáis de que os contaba que los chicken buses viajan triplicando su capacidad? Bueno, pues éste, como mínimo, la quintuplicaba. Resultado: una buena hora de pie hasta poder colocar media nalga en algún asiento (no hace falta que describa el pollo -nunca mejor dicho- que se monta cada vez que algún pasajero desea bajar del autobús). Banda sonora: Danza Kuduro y reggaetón del duro a muchos decibelios. Conclusión: son risas, especialmente cuando nos da por matar las horas repasando capitales del mundo y provincias españolas (omitiré la burrada geográfica en que incurrió nuestro compañero porque sabemos que sus progenitores siguen este Blog).

Superado el chicken bus nº 4, por fin en Pana y dispuestos a explorar la noche gringoteca, nos reunimos con los demás en Mario's Rooms. Parecía que nuestros planes de sobrevolar el Lago en parapente a la mañana siguiente se iban a ver frustrados, confirmamos antes de cenar, pero guardábamos un as en la manga: ¡las tirolinas de la Reserva Natural de Atitlán! Somos gente previsora.

La noche transcurrió sin mayor acontecimiento que una redada policial llevada a cabo por cinco o seis carros de policías armados hasta los dientes, suceso que generó la más absoluta fascinación entre los asistentes al despliegue. Lo típico. Aparte de eso, nos dedicamos a degustar los clásicos "rones de la casa" por unos pocos quetzales al son de diversos géneros musicales. Iniciamos nuestra particular "Ruta del Bakalao" en un chiringuito con música en directo en el que Tats y yo nos sentimos en nuestra salsa, aplaudiendo a un gringo alcoholizado que sustituyó su copa por el micrófono y se atrevió con "Back in the USSR" y otros temas de los de Liverpool. A Ari, desesperada por escuchar "La Gasolina", no le estaba cundiendo nada el espectáculo, hasta que abandonamos el local por una pestilente discoteca -porcentaje de humedad del 99,9%- en la que sonaban los temazos de reggaetón más clásicos. Auténtico. Tras un mojito que parecía vychissoise de algas y varios ofrecimientos de diferentes drogas (cabe especificar que, curiosamente, siempre iban dirigidos a Pepe), nos fuimos a dormir; las tirolinas nos esperaban al día siguiente.

Reserva Natural Atitlán
Monos araña, mariposas de mil colores, un entrañable ser de especie indeterminada y las vistas más espectaculares, es lo que encuentra uno en la Reserva Natural Atitlán. Tirolina tras tirolina, parecíamos volar sobre la desbordante naturaleza, con el paradisíaco Lago Atitlán y sus volcanes siempre como telón de fondo. La cosa no se nos dio mal, aunque he de mencionar que, a la hora de frenar, unos tenían más arte que otros, por lo que no pudimos evitar protagonizar algún que otro aterrizaje forzoso (Palo: "Loco, se me ha olvidado frenar"). Para rematar la experiencia, fuimos sometidos, al final de recorrido, a unas complicadas pruebas al más puro estilo Indiana Jones para cruzar un pequeño riachuelo. De nuevo, aunque a todos nos costó nuestro sudor, a algunos les supuso un mayor esfuerzo que a otros (aún no me explico cómo consiguió salir Víctor del entramado de cuerdas y tablas de madera que le envolvía, manteniéndole suspendido en el aire, a cada paso que daba).

Entonces, directa desde El Salvador, llegó una Rosa con más kilómetros a las espaldas que Willy Fog y que, como era de esperar, acabó embaucándose para pasar la noche con nosotros en San Pedro La Laguna, al otro lado del Lago. Un breve trayecto en lancha más tarde (no, Palo no se mareó), nos tomábamos una cervecita en una terraza sobre el Lago, a la espera da que llegasen desde Xela los restantes miembros del equipo. Me van a perdonar mis compañeros si no dejo constancia de la ya clásica partida de "Culo" que se generó tras la llegada de los quetzaltecos, y es que no pude resistir ceder a una deliciosa power nap, escuchando al inigualable Boss, en una de las hamacas que colgaban delante de cada habitación de nuestro hotel. Los placeres de la vida.

Así es como llegamos a la inolvidable noche en San Pedro, que dio su pistoletazo de salida en el abarrotado Buddha Bar, en cuyos tres pisos debía de repartirse todo aquél que se encontrase en el pueblo ayer noche, pues en las calles no encontramos ni un alma. Ron de la casa, 10 quetzales. All in al cubalibre, pues; ni mojitos, ni vychissoise. Pero después de unas cuantas copas más y unos cuantos quetzales menos, el local cerró. La única preocupación que inquietó al personal entonces tiene un nombre: after party. Las indicaciones fueron claras: había que seguir a las masas gringas. Y así hicimos, a través de estrechos y sinuosos callejones oscuros y de campos de maíz que no eran de maíz. Y así llegamos a nuestro destino, un pequeño y acogedor patio de un hotel, adornado con lucecitas de colores y ambientado con música a mínimo volumen, en el que se volcó toda la clientela del Buddha Bar para rematar la noche. El resto de la misma fue un concierto de risas que casi nos han provocado agujetas. Si reír alarga la vida, después de ayer, somos inmortales.

La mañana de hoy la hemos ocupado en abandonarnos al relax más absoluto en el espectacular Hotel La Casa del Mundo. En el ambiente insuperable que crea su perfecto enclave en un acantilado con vistas a los volcanes, hemos tenido la oportunidad de refrescarnos en las aguas del Lago y de tomar el sol entre paradisíacos jardines. El broche inmejorable para un divertido fin de semana en una turística Guatemala a la que estamos poco acostumbrados. La vuelta a la rutina no va a ser nada fácil.

La Casa del Mundo

1 comentario:

  1. Valientes. Yo no me atreví a bañarme en el lago Atitlán. Ni mucho menos a salir de marcha en esos lugares. Pero recuerdo taxistas (o como se llamen los que llevan tuc-tucs) del Barça y camareros del Real Madrid, que siguen la liga española con un montón de horas de diferencia. Por cierto, era en el lago Atitlán donde Federico Nottebohm tenía sus plantaciones de café, antes de pasar a la historia del Derecho Internacional Público.

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